Desde hace un tiempo en que se nos fue "Timón", no dejo de pensar en "Zarza", un pastor alemán que nos regalaron cuando estábamos recién casados. Y también en "Tizón", otro anterior que estaba en casa de mis padres, cuando vivíamos en Misterios. Y pienso en cómo ha evolucionado el mundo de los animales, mejor dicho, nuestra relación con ellos. Cuento mi experiencia.
En tiempos de mis abuelos, cuando yo era niña, no recuerdo perros en su casa del pueblo, y debía haberlos porque había caballerías... burros... cabras... ovejas, cerdos. Pero no... no me acuerdo de ningún perro, quizás pasaban desapercibidos.
El primer perro que recuerdo es a "Tizón". Un chucho sin raza definida, muy negro de cara y pelo, haciendo honor a su nombre: como un tizón. No sé como llegó a casa de mis padres allá a mediados de los años sesenta del siglo pasado. Yo creo que ya no estaba papá con nosotros, pero sí recuerdo que yo estaba trabajando. Nunca le vi con correa, ni que le sacáramos a pasear, ni comprar comida específica para él. Pero si recuerdo que se venía detrás de mi hasta el metro, que yo le iba diciendo todo el camino que se volviera para casa y al llegar a la boca de metro se sentaba, mientras yo bajaba las escaleras despreocupándome de él. Supongo que se volvería a casa, no recuerdo mas.