18 de junio de 2014

CRONICAS...

     Hace unos días, con la excusa de felicitarle por su cumpleaños, hablé con mi primo Miguel Ángel. Que por cierto, también es mi ahijado. Después me quedé   pensando y pasaron por mi mente imágenes y escenas de otros tiempos. Recordé cuando nació, que lo hizo precisamente en Santa Cristina, en Madrid, no recuerdo el año exacto.  Entonces se bautizaba a los niños en la primera o segunda semana de vida, por lo que era muy frecuente sacarles del hospital ya bautizados. No se quien propuso que yo fuera su madrina, como también lo fui unos años mas tarde de David. Esta vez, creo recordar, en la maternidad de O'Donnell. 

     Lo de Miguel Ángel   debió ser a principios de los años sesenta y entonces yo no era todavía mayor de edad, pero eso por lo que se ve, no debía importar para amadrinar a un niño

     Ahora la mayoría de los niños van andando a su bautizo e incluso hay quien espera a que los niños decidan por sí mismos si quieren ser bautizados. 

     Entonces las cosas eran así y nadie pensaba si el niño quería o no ser bautizado. Le bautizabas, como le dabas de comer,  le vestías, o le llevabas a la escuela. Sin preguntarle. 

     Recuerdo a tía Victoria. Con su cara tan dulce y sus ojos siempre sonrientes, a pesar de que no tuvo una vida muy fácil. Adoraba a sus hijos. Nunca se quejaba. Los llevaba siempre "como un pincel". En una ocasión pasé con ellos unos días en Uceda, un pueblecito de Guadalajara, donde entonces vivían por motivos laborales del tío. Que con frecuencia cambiaba de trabajo.

     Durante esos días recuerdo que le ayudaba a cuidar de los pequeños, bueno, mas que ayudarla se los entretenía un poco haciéndoles trabajos manuales con recortables de papel, ¡que siempre me ha gustado enredar! 

     Vivían en la plaza, creo recordar, en el extremo contrario a la oficina de correos. Tía Victoria era muy cariñosa conmigo. Claro que ella era así por naturaleza, muy cariñosa con todo el mundo. Me decía que le gustaría que su hija Dulce, de mayor, fuera una señorita. Si la pudiera ver ahora... ¡es su vivo retrato!. También pasé con ellos unos días en Alcalá. En la primera finca. Donde trabajaba entonces el tío, y donde recuerdo que había un matrimonio alemán.

     Cuando ella se nos fue, corría el año 1969, y tenía cuarenta y cuatro años. En la flor de la vida, cuando mas la necesitaban sus hijos, y después de una cruel enfermedad. Recuerdo haberla visitado primero en el Hospital Provincial o General de Atocha. Donde ahora se ubica el Museo de Arte Reina Sofía. Y mas tarde en una unidad del Hospital Gregorio Marañón, en la calle Ibiza. En los tres  o cuatro años anteriores se nos habían ido tambien: tía Carmen,  papá, y la abuela Petra. Y dos años después, tía Guadalupe... ¡Un desastre!.

     Siempre que pienso en tía Victoria, me siento pesarosa de aquella situación, de desamparo en que quedaron esos niños. El padre tuvo que hacerse cargo de ellos, sin ninguna práctica en lo que era cuidar unas criaturas y llevar una casa. Supongo que pondría todo su empeño por el amor que tenía a sus hijos, pero no era la constancia una de sus virtudes. Y la verdad es, que no sé quien cuidaba a quien. 

       Al principio íbamos a visitarles unos y otros, unos mas que otros, pero pronto les abandonamos a su suerte. Por eso cuando alguien comenta el poco apego que al parecer ellos tienen a la familia, me pregunto... ¿Y qué queréis...?

      Pero yo era madrina del pequeño... y siempre he tenido ese peso sobre mi conciencia. Aunque en mi descargo quiero decir que yo no era libre para actuar y siempre fui un poco débil para tomar decisiones e imponer mi voluntad. 

        No obstante, está claro que ellos tenían un ángel protector y supieron superar la situación y luchar hasta convertirse en personas maravillosas. Padre e hijos se mantuvieron unidos como una piña, y pueden decir orgullosos que lo que son y lo que tienen se lo han labrado ellos solos. Pueden decir que se han hecho a sí mismos. 

      Estoy segura que ese ángel protector se sentirá muy orgulloso de ellos. 



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Frase:

"En el corazón de todos los inviernos vive una primavera palpitante, y detrás de cada noche, viene una aurora sonriente". Khalil Gibran. 

         
         

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