Cuando nos instalamos en una de las nuevas viviendas, estas habían sido reformadas para adquirir su distribución original. Así, habían desaparecido: la sala de audiencia, los despachos, las ventanillas; y la puerta de comunicación había sido tapiada. Ahora eran pisos normales, con cocina, aseo, tres dormitorios y un comedor con un pequeño balcón. Al principio la cocina era de carbón, una de esas bilbainas con la superficie de hierro y un agujero con arandelas del mismo material por donde se echaba el combustible. Al frente tenía un horno y un cajón que sería el tiro. Estaba empotrada en un poyete forrado de azulejos. Aparte de utilizarla para guisar, servía de calefacción en el invierno porque calentaba toda la casa. Recuerdo a mamá sentada sobre el poyete haciendo punto. Nos hacía jerséis para todos.
De entonces a ahora, ¡como han evolucionado las cosas!.
Varios detalles para poneros en antecedentes:
No existían los porteros automáticos. Los portales permanecían abiertos de par en par durante todo el día. Por la noche se cerraban con llave y el que te abría si llegabas tarde, era el sereno. Era un señor, generalmente gallego y no sé por qué, que tenía la llave de todos los portales y que acudía a la voz de ¡sereno! o a las palmas. Todos los vecinos le conocíamos. Se le pagaba una pequeña cantidad al mes como gratificación que junto con las propinas que le daban los trasnochadores, conseguía un sueldo para vivir.
Los portales no tenían buzones. El cartero llegaba al lado de la escalera, tocaba un silbato y voceaba el nombre del vecino que tenía correspondencia. En nuestro portal había un señor que estaba suscrito al ABC y le nombraban todos los días, ¡piii piii!: Eusebio Ruiz!. Se bajaba al portal a recoger el correo.
Teníamos agua corriente, pero recuerdo que todos los días pasaba un aguador con un carro tirado por un animal, con pequeñas cubas de agua. Sería especial para beber. No sé si se le compraba.
No existían los supermercados, comprábamos en los ultramarinos. donde pedías al tendero lo que querías. En el barrio estaba "Maxi", que siempre te decía cuando pesaba: - tiene un poco mas- y te lo calculaba como le daba la gana. También cuando te daba una docena de huevos, como te los echaba en un cucurucho de papel de estraza, no te dabas cuenta hasta que no llegabas a casa de que sus docenas eran de once huevos.
La nevera se enfriaba con unas barras de hielo enormes que también pasaban ofreciéndolas.
No había lavadora. En casa, como eramos muchos, papá le buscó a mamá una señora que venía todos los lunes... o los martes?: la Sra. Felicidad. Así pues el lunes (o el martes) era día de colada. Se hacía a mano. Primero lavaban la ropa blanca y la ponían en lejía, después la de color y se tendía y finalmente se aclaraba la blanca. Se tiraba todo el día porque al final le daba la vuelta a la casa y fregaba todos los suelos. El olor de los lunes a casa limpia y lejía lo tengo en mi caja de olores del recuerdo. No había fregasuelos.
También la leche la traían a casa. Venía todos los días Elena, una chica que su familia tenia una vaquería que servía a todo el barrio. Solía venir después de comer con su cántaro y sus medidas y a veces se sentaba con nosotros a charlar... y le daba la hora de la merienda. Continuará...
Parecida a esta |
Varios detalles para poneros en antecedentes:
No existían los porteros automáticos. Los portales permanecían abiertos de par en par durante todo el día. Por la noche se cerraban con llave y el que te abría si llegabas tarde, era el sereno. Era un señor, generalmente gallego y no sé por qué, que tenía la llave de todos los portales y que acudía a la voz de ¡sereno! o a las palmas. Todos los vecinos le conocíamos. Se le pagaba una pequeña cantidad al mes como gratificación que junto con las propinas que le daban los trasnochadores, conseguía un sueldo para vivir.
Los portales no tenían buzones. El cartero llegaba al lado de la escalera, tocaba un silbato y voceaba el nombre del vecino que tenía correspondencia. En nuestro portal había un señor que estaba suscrito al ABC y le nombraban todos los días, ¡piii piii!: Eusebio Ruiz!. Se bajaba al portal a recoger el correo.
Teníamos agua corriente, pero recuerdo que todos los días pasaba un aguador con un carro tirado por un animal, con pequeñas cubas de agua. Sería especial para beber. No sé si se le compraba.
No existían los supermercados, comprábamos en los ultramarinos. donde pedías al tendero lo que querías. En el barrio estaba "Maxi", que siempre te decía cuando pesaba: - tiene un poco mas- y te lo calculaba como le daba la gana. También cuando te daba una docena de huevos, como te los echaba en un cucurucho de papel de estraza, no te dabas cuenta hasta que no llegabas a casa de que sus docenas eran de once huevos.
La nevera se enfriaba con unas barras de hielo enormes que también pasaban ofreciéndolas.
No había lavadora. En casa, como eramos muchos, papá le buscó a mamá una señora que venía todos los lunes... o los martes?: la Sra. Felicidad. Así pues el lunes (o el martes) era día de colada. Se hacía a mano. Primero lavaban la ropa blanca y la ponían en lejía, después la de color y se tendía y finalmente se aclaraba la blanca. Se tiraba todo el día porque al final le daba la vuelta a la casa y fregaba todos los suelos. El olor de los lunes a casa limpia y lejía lo tengo en mi caja de olores del recuerdo. No había fregasuelos.
También la leche la traían a casa. Venía todos los días Elena, una chica que su familia tenia una vaquería que servía a todo el barrio. Solía venir después de comer con su cántaro y sus medidas y a veces se sentaba con nosotros a charlar... y le daba la hora de la merienda. Continuará...
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Pensamiento:
Lo
que se necesita para conseguir la felicidad, no es
una vida cómoda, sino un corazón enamorado. (??)
Esta entrada es oro!
ResponderEliminarGracias, Mary!
Carlos.