Hoy emprendo un nuevo desafío.
En este 2013, papá hubiera cumplido cien años. Y hará cuarenta y ocho que se nos fue. Así pues, en este año de su centenario y desde mis recuerdos, trataré de transmitiros algunas pinceladas de su vida, como yo lo viví y como él nos contó. Me va a costar bastante trabajo porque todo lo que diga se va quedar muy pobre con respecto a como yo lo tengo en mi memoria pero lo hago porque M.J. ha pedido muchas veces saber cosas de papá ya que ella era muy pequeña cuando falleció.
Veinte años viví con él y puedo decir que tengo muy vivo su recuerdo y que ese recuerdo sobre todo es: que era una persona maravillosa.
Muy trabajador, no le quedaba otro remedio, con ocho hijos. Muy familiar y siempre pendiente de mamá. Hay una imagen que se me repite cuando pienso en él. Le veo en casa, en pijama, y con un niño sentado en su brazo. Cuantas veces pienso ¡Lo que hubiera disfrutado con una familia tan grande!... con sus nietos... con sus biznietos...
El hecho de que toda su familia cercana, (su madre, sus hermanos) estuviera en Argentina, le hizo volcarse sobre su segunda linea familiar y era feliz relacionándose con sus primos, como si de sus hermanos se tratase. Les visitaba con frecuencia y estaba al tanto de todos. Ellos le adoraban.
Ahí le tenéis, de militar |
Otra de soldado |
... y otra |
Bueno, sabréis que entre el servicio militar y el reenganche por la guerra civil, hizo cinco años de mili, durante los cuales, en 1935, falleció su padre. Por lo que yo sé, estuvo voluntario en África, de donde es la primera fotografía.
Cuando estalló la guerra, su madre era viuda y por ley, al ser tres hermanos varones, uno de ellos se podía librar de ir a filas. Libraron al que era sacerdote.
Parece ser que durante la contienda estuvo en el frente de Badajoz y, según cuenta mamá, escribía a su madre casi todos los días. La buena mujer acostumbrada a recibir carta continuamente, cuando en una ocasión pasaron varios días sin noticias se puso nerviosa hasta el punto de que, sin pensárselo dos veces, ni corta ni perezosa, cogió el camino y se presento en el frente a ver a su hijo. Llegó, lo vio; vio que estaba bien y se volvió al pueblo.
¡Ah las madres!.
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" El hombre adquiere su personalidad cuando muere, pues mientras vive
siempre es factible de cambiar". Aristóteles
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